Los retos de un vicecónsul: Lo que nadie ve
Si hay algo que pocas personas entienden sobre el trabajo de un vicecónsul, es lo difícil que puede ser tomar una decisión bajo presión en apenas unos minutos. Para muchos, la entrevista de visa es un momento de tensión, ansiedad o expectativas. Pero para el vicecónsul, ese mismo encuentro es una encrucijada entre la razón y la intuición, entre la responsabilidad de un gobierno y la esperanza de la humanidad.
Desde el otro lado de la ventanilla, cada solicitud es más que una adjudicación o un pasaporte. Son historias, algunas esperanzadoras, otras desgarradoras, pero todas tienen un mismo propósito: viajar a los Estados Unidos.
Están los que viajan por primera vez con la ilusión de conocer un nuevo país, los que buscan reencontrarse con sus familias después de años separados, y también aquellos que ocultan intenciones menos claras. Y en medio de todo, está el vicecónsul, con la enorme carga de decidir, de un solo golpe, el futuro de esas personas.
Muchas personas piensan que el trabajo de un vicecónsul es mecánico, o como lo mencioné hace poco en un live que tuvimos, la gente cree que trabajamos con una ecuación exacta para aprobar o negar una visa. Pero la realidad es que no hay fórmulas perfectas. Cada entrevista es una historia que debe ser entendida en segundos. Cada decisión conlleva una consecuencia, y cada visa en un pasaporte puede representar una oportunidad o una gran decepción para nuestro país.
Muchas veces suelo reflexionar, mientras leo el periódico o miro hacia la ventana y pienso “a nadie le gusta ser el portador de malas noticias”. Pero ser vicecónsul significa, muchas veces, ser la persona que rompe sueños. Imagina estar en una posición en la que, con un solo gesto, puedes hacer que alguien se sienta tranquilo o estresado. Imagina tener que negarle la visa a un padre que solo quiere abrazar a su hija una última vez. Imaginen saber que detrás de cada mirada hay una historia con sueños que nunca terminarás de conocer por completo. ¿No es fácil, cierto? De hecho, nadie me dijo que lo sería, pero a pesar de todo, hay algo que aprendí siendo vicecónsul y es que cada persona merece ser escuchada y tratada con dignidad.
Aunque el tiempo de una entrevista sean los minutos más cortos y decisivos para cada solicitante, aunque las reglas sean rígidas, lo mínimo que podemos hacer es mirar a los ojos de cada persona y entender que, para ellos, ese momento es crucial.
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